domingo, 26 de abril de 2009


















EL DUENDE



Por Anita Vélez Mitchell


Arquetipo inmutable y eterno, “el duende” aparece en la poesía, en el canto, en la guitarra, en el baile —en el arte del flamenco—, y en la entrega total de los sentidos, donde el dolor se hace placer. Lo flamenco es sabor acerbo de las faenas del día —hacer de la harina, pan, y de la uva, vino. Es el ritmo de palmadas y el repiqueteo de los dedos para ahuyentar las penas y aligerar las horas. Lo flamenco tiene olor a mirto y aceituna, y la mirada arisca y huidiza, por si hubiera que luchar con el puñal del hurto. Lo flamenco es oído que capta el rumor del viento y el de las perforadoras que ahoyan los terrenos secos para sacar el agua. Lo flamenco es el golpe sobre el yunque para herrar el caballo. Lo flamenco es el estertoso grito de dolor ante la muerte y el engaño. El lujo de lo flamenco es el de subsanar los sentidos frustrados con la entrega total de la emoción puesta a la disposición de su arte de ser flamenco.


“Sollozar por las cosas distantes”, dice García Lorca de las guitarras y el canto. Y el bailaor aún danza por las angostas e irregulares cuevas de la antigüedad.

“El duende” que vive en lo flamenco le sale al artista del “plexus solar”, donde se anida la angustia y la alegría. Se cimbrea en la cintura y en las caderas, remarca en los hombros, se planta en tierra, se asoma por la punta de los dedos y torneándose por los brazos cae en el resuello del alma —orgasmo de salero y bravura que levanta en el público un “Olé tu mare y tu raza”.

Yo he oído allá por España uno, que al ver a la bailaora “metida en fuego”, le gritó: “¡ Maldita seas, me lo has levantao, gitana!”

He visto a La Argentinita, a la gran Carmen Amaya, al Chavalillo, a Antonio Valero y a José Greco, artistas que transformaron el auténtico baile flamenco en un arte de sala de conciertos. A éstos, “el duende” no los abandonó, Se enardecía en el ritual íntimo entre la guitarra y el cantaor. A mi me poseía en mis bailes clásicos españoles: Andalucía, la Cuba de Albeniz, el concierto de Aranjuez…donde podía yo misma verme bailar. Bailaba con el cuarteto de Marina Svetlova, antigua bailarina del Metropolitan Opera, para Colombia Concerts. El duende me remontó a mis antepasados españoles…los Vélez y los Medina-Ceris. Como todos los arquetipos, “el duende” busca apasionadamente con quien recrearse. Tuvo éxito en la interpretación de la insigne bailarina Carmen Amaya y hoy en Pilar Rioja en “El Vito” y “El Café de Chinitas”. Cantos a guitarra de García Lorca, así como también en el cante jondo de Enrique Iglesias.

Al cantaor se le oyó en su voz entrecortada:


Esta noche va a llover


qué cerco tiene la luna


mi pozo cogerá agua, ya


no lo queda ninguna.”


Es una mezcla de queja y esperanza. Y en el estremecimiento que sale del centro avizor del ser, entre la vida y la muerte, se dignifica “el duende “

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